No voy a negar que un artículo del calado personal de NESxtalgia sustenta una de sus bases narrativas sobre un elemento tan volátil, impredecible y caprichoso como la memoria. La memoria entendida como un derecho a ejercer, con nostalgia y alevosía, nuestro derecho, valga la redundancia, a soñar en 8 bits. No obstante, mi memoria, que es muy selectiva, suele centrarse en los estímulos más sublimes. Afrontando una modalidad de nostalgia preventiva, que en lugar de enquistarse en aquello de que… «cualquier tiempo pasado fue mejor» decide pararse a recordar aquellos buenos momentos que, como sostenía Mistral, nos hacen sentir felices y con fuerza para mejorar y potenciar un futuro tan prometedor como desconocido e inexplorado. Y que mejor forma de proseguir esta aventura que con Ninja Gaiden II: The Dark Sword of Chaos (Shadow Warriors II en territorio europeo). Un título con el que Tecmo logró marcar escuela y una obra que se ganó a pulso y espada el derecho a ser considerada toda una leyenda a la que, con el paso del tiempo, se le rendiría tributo dentro del género de las plataformas. Y que mejor momento de echar la vista atrás que ahora que cumple 25 años de su lanzamiento en territorio nipón. ¿Listos para ayudar a Ryu Hayabusa, una vez más, en su cruzada para evitar que el mundo caiga en la oscuridad más absoluta?
¿Dónde habré metido mis shuriken?
Corría el año 1994, año de acontecimientos tan trascendentales como el comienzo del mandato de Nelson Mandela o, entrando en terreno jugable (y de mucho menor calado), el nacimiento de dos sistema que revolucionarían por completo el mundo de los videojuegos, Sega Saturn y PSX. Y hago bien en recalcar, una vez más, el año 1994, ya que como muchos habréis comprobado, dicha fecha no se corresponde con el 25 aniversario anteriormente mencionado. ¿Motivo? El escalonamiento que, por aquel entonces, sufrían los lanzamientos en un mundo no tan globalizado. Efectivamente, Ninja Gaiden II para NES irrumpió en Japón el 6 de abril de 1990.
Incisos a parte y situándonos, nuevamente, cuatro años más adelante, un servidor aún no solo no contaba con el presupuesto ni la imaginación suficiente para centrarse en la generación de consolas que estaba por venir, sino que, obviando los 16 bits, seguía disfrutando como nunca de su querida y maltrecha NES. Hacía algo más de un año desde que decidiera acompañar en su andadura a un Nelwyn pequeño en tamaño pero inmenso en coraje, corazón y valentía y en todo ese tiempo mis derroteros jugables habían dado multitud de tumbos.
La fiebre por los ninjas había regresado no con tanta fuerza, pero sí con ganas de demostrar que no todo estaba perdido en un género que, eso sí, se tornaba mucho más estridente. Y es aquí, precisamente, donde me enamoré de las historias protagonizadas (ya fuera en literatura o cine) por ninjas en el sentido más estricto de la palabra. Ya se tratase de simples mercenarios sin escrúpulos o, mis favoritos, guerreros pertenecientes a importantes estirpes o clanes cuyo honor les llevaba a peregrinar en busca de increíbles aventuras. ¿Quién dijo que el camino del guerrero iba a ser fácil?
Por ello, la llegada de la temática ninja al mundo de los videojuegos vino a abrir una puerta que, como ya he comentado un par de líneas más arriba, hasta ahora solo admitía la entrada a los productos cinematográficos y/o encuadernados. Y es que nos referimos a un juego, cuyo temática y título, encajaba a la perfección con la cultura popular ninja tan de moda durante los 80 y principios de los 90. Una cultura fielmente representada en cintas como la saga American Ninja/Guerrero Americano (iniciada en los 80), 3 Ninjas, Mortal Kombat, Ninja Scroll, o el estreno de las propias Tortugas Ninja en la gran pantalla. No hablamos de otro que de Ninja Gaiden II o Shadow Warriors II, como se dio a conocer por nuestro territorio. (abro inciso)
No voy a negarlo, como títular, y sí, se trata de una apreciación superficial y poética que pretende ser lo más respetuosa posible con el honorable clan Hayabusa, siempre he preferido utilizar con esta obra su título «original» (Ninja Gaiden) en lugar de la opción, más cinematográfica Y rimbombante, acuñada en aquestas tierras. Y es que como sostenía Albert Boadella en el mítico programa de La 2… «¡ya semos europeos!»
El heredero de la Espada del Dragón
Poco más de 2000 pesetas. Puede parecer mucho, pero creedme cuando os digo que ni por asomo se acercaba al valor que para mí tenía un cartucho del que tiempo atrás habría (MAL)jurado no desprenderme. Nos referimos al mítico Chip ‘n Dale: Rescue Rangers (Chip y Chop para los amigos y una futura cita obligada de NESxtalgia). Por desgracia, eso es lo que conseguí recaudar en la tienda más odiosa de mi localidad, pero, a su vez, única alternativa para poder acceder a juegos de otra forma inalcanzables para mi escaso presupuesto. Dicha cifra, sumada a la recolectada, tras una nueva y despiadada incursión, en mi desamparada hucha lograron ser suficientes para que Ninja Gaiden II (o Shadow Warriors II como rezaba en la caja) se viniera para casa.
Y precisamente, prosiguiendo con su caja, recuerdo que (más allá del cambio de título) me sorprendió ver a Ryu, un ninja, a cara descubierta y con unos rasgos tan occidentalizados. Por otro lado, su manual de instrucciones dejó una clara impronta en mí. Presentado la historia, controles e incluso a algunos miembros del Clan Demon junto a unas maravillosas ilustraciones en blanco y negro. Algo que actualmente sí que echo de menos, aunque, por suerte, muchos estudios indies están recuperando una «tradición» que parecía ya extinta.
He de reconocer que lograr hacer funcionar el cartucho fue todo un suplicio. Por aquel entonces mi querida NES andaba un poco tocada y casi ningún título solía cargar a la primera (lo se, que yo soplara como loco no ayudaba…). Pero lo conseguí, y desde entonces, desde el primer segundo de juego, desde que la primera cinemática se me mostró y desde que su Main Theme entró por mis oídos, quede total y absolutamente absorto por su llamativa propuesta.
Ninja Gaiden II transcurre un año después de los sucesos vividos en el primer título de la franquicia (entrega que, por desgracia, aún no había jugado). La historia nos presenta al malvado emperador Ashtar. Un ser despreciable que tras enterarse de la derrota de Jaquio, elabora un plan para adueñarse del mundo y sumirlo en la oscuridad más absoluta por medio de un arma maléfica, conocida como Espada Oscura del Caos, con la habilidad de abrir las puertas del mismísimo infierno. Un agente del ejército estadounidense llamado Robert T. Sturgeon recluta a nuestro querido Ryu Hayabusa, el protagonista principal del juego, explicándole, y esta conversación si que era de manual por aquella época, que era el único que podía detener semejante amenaza y, de paso, salvar a su amada Irene.
Y aunque este artículo no pretende ser un análisis concienzudo, sí que es cierto que mi selectiva memoria no va a deparar en detalles a la hora de centrarse en aquellos aspectos que despertaron en mí las sensaciones más intensas. El primer nivel, aunque con una mayor riqueza y detalle técnico, me recordó bastante a una zona muy concreta de la primera entrega. Algo que me hizo temer un excesivo reciclado de elementos que, por suerte, nunca llegó a producirse, ya que el diseño de las distintas fases no solo era hermoso, visualmente hablando, sino que aportaba bastante variedad, cromática y sonora, al surtido de localizaciones por las que discurríamos. Frente a mí, unos gráficos impresionantes, con algunos efectos realmente increíbles y un apartado sonoro, a cargo de Keiji Yamagishi, que ya forma parte de la historia viva del mundo de los videojuegos.
Por otro lado, el juego nos presentaba una endiablada dificultad (todo un reto para mis destreza a los mandos del controlador de NES), que por suerte se veía compensada con una jugabilidad realmente refinada, en donde los reflejos lo eran todo, y una curva de dificultad perfectamente equilibrada. Podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que Ninja Gaiden II supera en prácticamente todo a su predecesor, presentándonos unas cinemáticas espectaculares para la época, que aún siguen grabadas en mi memoria, y un apartado jugable que ampliaba mecánicas, con zonas resbaladizas, viento, posibilidad de escalar (y no solo rebotar de pared en pared) y la presencia de nuevos potenciadores como los Ninjas Fantasmas. Clones que imitaban cada uno de nuestros movimientos y que, sinceramente, me sacaron de más de un apuro.
Ninja Gaiden II: The Dark Sword of Chaos. Una obra maestra de los 8 bits
Puede que Ninja Gaiden II: The Dark Sword of Chaos no supusiera una revolución con respecto a su primera entrega. No obstante, resulta indiscutible afirmar que los chicos y chicas de Tecmo lograron un título de plataformas redondo que superaba en todos los aspectos a su predecesor.
Unos gráficos realmente impresionantes para la época (más aún si tenemos en cuenta que pertenecen a un sistema de 8 bits), unas espectaculares cinemáticas que lograban meternos de lleno en la historia, por muy sencilla que fuera su narrativa, un apartado sonoro con algunos temas que ya han pasado a formar parte del repertorio de la sagrada gramola del olimpo de los videojuegos y una endiablada dificultad cuya curva (ensayo/error) estaba perfectamente equilibrada, conseguían dar forma a un producto imprescindible para cualquier amante de los títulos clásicos de plataformas de los años 90. Si a todo ello sumamos mi, por aquel entonces, enfermiza fiebre por todo lo que tuviera que ver con el universo ninja… y la certeza de que Ryu Hayabusa nunca dejará de necesitar nuestra valiosa ayuda… ¡la NESxtalgia está más que garantizada!
PD: ¡Corred, insensatos, a la eShop!
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